La lucha del activista iraní Narges Mohammadi, premio Nobel de la Paz 2023, cuya voz no es silenciada ni siquiera por las células más lúgubres.

por | Oct 6, 2023 | Estado | 0 Comentarios

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Ali, de 16 años, recuerda vívidamente la última vez que vio a su madre en casa. Les preparó a él y a su hermana gemela, Kiana, huevos para desayunar, les dijo que estudiaran mucho, se despidió y los envió a la escuela. Cuando volvieron, ya no estaba. Tenían ocho años.

Su madre es Narges Mohammadi, ganadora del Premio Nobel de Paz 2023. Su nombre se ha convertido en sinónimo de lucha por los derechos humanos en Irán, una batalla que a esta activista le ha costado casi todo.

Pero ni siquiera las celdas más oscuras de la tristemente célebre prisión de Evin, en Teherán, han aplastado su poderosa voz.

En una grabación de audio del interior de Evin, compartida con CNN, se escucha a Mohammadi liderar los cánticos de «mujer, vida, libertad», el lema del levantamiento desencadenado el año pasado por la muerte de Mahsa Jhina Amini, de 22 años, bajo custodia de la Policía de moral del país. Fue detenida por no llevar correctamente el pañuelo en su cabeza.

La grabación se interrumpe con un breve mensaje automatizado —»Esta es una llamada telefónica desde la prisión de Evin»— mientras se escucha a las mujeres cantar una versión en farsi de «Bella Ciao», la canción popular italiana del siglo XIX que se convirtió en un himno de resistencia contra los fascistas y que ha sido adoptada por el movimiento por la libertad de Irán.

«Este periodo fue y sigue siendo la época de mayores protestas en esta prisión», declaró Mohammadi a CNN en respuestas escritas a preguntas enviadas a través de intermediarios.

Fuera de los muros de la prisión, la brutal represión de las protestas por parte de las autoridades iraníes sofocó en gran medida el movimiento desencadenado por la muerte de Amini, y la Policía de la moral reanudó en julio sus patrullas del pañuelo en la cabeza. Esta semana, activistas iraníes los acusaron de agredir a una adolescente por no llevar velo en una estación de metro de Teherán, lo que provocó que fuera hospitalizada con heridas graves. Según las autoridades iraníes, la causa fue una presión arterial baja.

Mohammadi, en comentarios recibidos este jueves por CNN —un día antes del anuncio del Premio Nobel de Paz— dijo que el comportamiento del Gobierno había vuelto a «suscitar nuestra preocupación» y era «indicativo de sus esfuerzos concertados para impedir que salga a la luz la verdad sobre Armita Geravand».

Mohammadi ha estado presa la mayor parte de las dos últimas décadas. Ha sido condenada en repetidas ocasiones por ser la voz de los sin voz, por su implacable campaña contra la pena de muerte y el régimen de aislamiento, que ha tenido que soportar durante semanas.

Actualmente cumple una condena de 10 años y 9 meses, acusada de acciones contra la seguridad nacional y propaganda contra el Estado. También fue condenada a recibir 154 latigazos, un castigo que los grupos de derechos humanos creen que no se le ha infligido hasta ahora, y a la prohibición de viajar, entre otras.

Las acusaciones contra Narges Mhammadi, ganadora del Premio Nobel de la Paz

Mohammadi conoce demasiado bien el precio de hablar en público. En agosto fue condenada a un año más de cárcel por su continuo activismo dentro de prisión tras conceder una entrevista a los medios de comunicación y hacer una declaración sobre agresiones sexuales en la cárcel.

Ya estaba cumpliendo condena por publicar el año pasado un libro sobre los brutales métodos carcelarios de Irán, titulado «Tortura blanca: entrevistas con presas iraníes», así como un documental en el que cuenta las historias de presas recluidas en régimen de aislamiento, un castigo que la propia Mohammadi ha sufrido.

La posición de la ganadora del Nobel de la Paz sobre el hiyab obligatorio

Pero no se deja intimidar. Mohammadi envió recientemente a CNN una larga carta en la que arremete contra cuatro décadas del uso obligatorio de la hiyab en la República Islámica y denuncia lo que, según ella, es la hipocresía de un Estado religioso que utiliza la violencia sexual contra las detenidas.

Cuando llegó al poder hace cuatro décadas, escribe, el régimen religioso utilizó el hiyab obligatorio para «mostrar la imagen de dominación, subyugación y control sobre las mujeres» como medio para controlar a la sociedad.

«No podían poner una abaya y un turbante a la mitad de la población, es decir, a los hombres de la sociedad», dice su carta. «Sin embargo, adornaron fácilmente a la mitad de la población de Irán con ‘hiyab obligatorio’, velo, chador, manteau y pantalones de color oscuro para presentar al mundo la odiosa cara del despótico sistema religioso».

«Imaginen a las mujeres iraníes que, durante 44 años, se han visto obligadas a llevar la cabeza cubierta, abrigos largos y pantalones de color oscuro en el calor del verano, y en algunos lugares, chadores negros», dijo.

«Peor que eso, han estado bajo presión psicológica para adherirse estrictamente al hiyab obligatorio, todo para preservar la imagen de hombres islámicos religiosos y garantizar la seguridad y pureza de las mujeres. Ahora, esas mismas mujeres sufren agresiones sexuales y acoso», añadió.

Mohammadi denuncia malos tratos «sistémicos» a las mujeres detenidas

En su carta y en las respuestas a CNN, Mohammadi detalla incidentes de violencia sexual contra ella y otras mujeres detenidas en diferentes centros que se remontan a 1999.

Según ella, las fuerzas de seguridad, las autoridades penitenciarias y el personal médico agredieron a presas políticas y mujeres detenidas por delitos penales.

Según Mohammadi, la violencia sexual contra las mujeres detenidas ha «aumentado significativamente» desde las protestas que sacudieron Irán en 2022, lo que le ha llevado a calificar los abusos de «sistemáticos».

«Las víctimas habían contado sus historias en las reuniones que mantuvieron con los funcionarios que acudieron a la prisión de Qarchak para inspeccionarla», escribe Mohammadi. «En la cárcel, he escuchado los relatos de tres mujeres manifestantes que fueron agredidas sexualmente. Una de ellas era una conocida activista del movimiento estudiantil que, al entrar en la prisión, presentó una denuncia ante las autoridades y anunció que, tras ser detenida en la calle, le esposaron una mano y una pierna y la ataron a las dos anillas de la parte superior de la puerta del coche. Y en esa posición fue agredida sexualmente».

Mohammadi afirma que ella y otra presa visitaron la zona de «cuarentena» de la cárcel con el pretexto de llevar comida a otra reclusa y que allí vieron a la joven con moratones en el estómago, los brazos, las piernas y los muslos.

El Gobierno iraní ha negado las acusaciones generalizadas de agresiones sexuales contra detenidos, incluso en una investigación a profundidad de CNN el año pasado, calificándolas de «falsas» e «infundadas».

Durante años, Mohammadi ha denunciado la violencia sexual contra las presas, rompiendo tabúes en su país conservador. En 2021, organizó un debate a través de la aplicación de redes sociales Clubhouse en el que mujeres, entre ellas Mohammadi, compartieron sus historias de agresiones por parte de «agentes» del Gobierno desde la década de 1980 hasta 2021. Fue sancionada por ello, según Mohammadi y grupos de defensa de los derechos.

«Las mujeres que sufren acoso sexual se llenan de ira, miedo e inseguridad, pero cuando su feminidad se oculta y reprime por reivindicaciones ideológicas y religiosas, no solo estarán enfadadas y aterrorizadas, sino que también se sentirán engañadas y manipuladas por el Gobierno, lo que es aún más angustioso», escribió en una comunicación a CNN. Estos abusos sexuales «dejan cicatrices tan profundas en sus almas y mentes de las que es difícil recuperarse, y quizá nunca lo hagan del todo», añade.

En aislamiento

Por negarse a ser silenciada entre rejas, Mohammadi lleva 18 meses sin poder hablar directamente con su marido y sus hijos.

«Cuando tu mujer y la persona más cercana a ti está en prisión, todos los días te despiertas preocupado por si oyes malas noticias», dijo su marido, Taghi Rahmani, a CNN en una entrevista reciente en Francia, donde vive exiliado con sus hijos desde poco después de que Mohammadi fuera encarcelada en 2015.

Rahmani y grupos de derechos humanos han expresado su preocupación por la salud de Mohammadi y su acceso a la atención médica después de que sufriera un ataque al corazón y se sometiera a una operación el año pasado.

Rahmani muestra con orgullo los prestigiosos premios internacionales que ha recibido en su nombre. Tiene una «energía inagotable por la libertad y los derechos humanos», afirmó.

Rahmani, que fue preso político durante un total de 14 años, conoció a Mohammadi cuando ella asistió a sus clases clandestinas de historia contemporánea en 1995.

Durante los últimos ocho años, ha tenido que hacer de padre y madre de sus gemelos, ahora adolescentes.

«Kiana siempre decía que cuando mamá está aquí, papá no está. No está bien», dice. «Pero cuando alguien elige un camino, debe soportar todas las dificultades».

Ali, al igual que su padre, se muestra decidido y dice que su madre debe seguir adelante «por Irán, por nuestro futuro».

«Estoy muy orgulloso de mi madre», dijo Ali a CNN. «No siempre estuvo con nosotros, pero siempre que estuvo, nos cuidó bien… fue una buena madre y lo sigue siendo… Ahora he aceptado este tipo de vida. Cualquier sufrimiento que tenga que soportar no importa».

Kiana, que prefirió no hablar con CNN, quiere a su madre a su lado. Su padre dice que Kiana cree que si traes un hijo a este mundo, debes asumir la responsabilidad y criarlo.

Mohammadi vive cada día con el dolor de la separación de su familia. Es el coste de un sacrificio que ha decidido hacer, por el sueño de una futura libertad que ha definido su vida.

«El momento en que me despedí de Ali y Kiana no fue muy distinto de la vez que casi muero en el patio arbolado de Evin», escribió Mohammadi a CNN, sin especificar cuándo fue ese suceso. «Recogí los dientes de león del patio de Evin. Me quedé descalza sobre el asfalto caliente el 14 de julio», dice, refiriéndose al día —solo unas semanas después de ese último desayuno— en el que se despidió de sus hijos en prisión antes de que partieran al exilio en Francia.

«Me ardían los pies, pero me ardía el corazón. Envié los dientes de león al cielo y las manos, los pies y los rostros infantiles de mis hijos pasaron por mis ojos y las lágrimas cayeron como lluvia de primavera», dijo.

«Si miro la cárcel desde la ventana de mi corazón, para mi hija y mi hijo fui más una extraña que cualquier desconocido y me perdí los mejores años de mi vida y lo que se fue nunca volverá. Pero estoy segura de que el mundo sin libertad, igualdad y paz no merece la pena vivirlo ni siquiera verlo. He elegido no ver a mis hijos, ni siquiera oír sus voces, y ser la voz de las personas oprimidas, mujeres y niños, de mi tierra», afirma


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