Siempre se ha dicho que los Estados Unidos de Norteamérica no tiene amigos, tiene intereses.
El reciente acuerdo del Canciller mexicano Marcelo Ebrard con los representantes del gobierno del presidente Donald Trump, se puede ver desde diferentes puntos de vista; uno, favorables para México, otros no tanto.
Compartir frontera con uno de los países más poderosos de la tierra, en condiciones desiguales en lo económico, en lo político y en lo comercial,
ha generado históricas complicaciones para México. Aunque varios gobiernos mexicanos han intentado estructurar un plan estratégico con ventajas para ambos lados, hasta esta fecha no ha sido posible.
La declaración del presidente Andrés Manuel López Obrador de recibir con los brazos abiertos a migrantes centroamericanos y de otros países, a su arribo a tierras mexicanas, la convirtió Donald Trump en el argumento más importante de su campaña de cara a sus deseos de reelegirse.
El señor Trump, como buen mercader que es, supo explotar el sentimiento nacionalista del pueblo norteamericano. Les vendió la idea que la migración es el nuevo gran enemigo de su país. Les dijo que México estaría facilitando la invasión de extranjeros que pondrían en riesgo la paz y la tranquilidad de ellos. Les ofreció terminar con la amenaza. La oferta resultó tan atractiva como el tradicional Black Friday.
La segunda parte de la trama del multimillonario era anunciar medidas de castigo, para generar oleadas de reacciones que presionaran al gobierno mexicano, con el firme propósito que cediera a las exigencias planteadas. Donald Trump consideró que la mejor forma de coaccionar a México, sería utilizar como eje de sus discursos la promesa de elevar los montos arancelarios a diversos productos que se pretendieran vender a los EEUU. La reacción de los diferentes sectores mexicanos fue inmediata, hubo temores fundados.
Mientras acá se daba el clima de incertidumbre, el aspirante a ser reelecto obtuvo en partida doble lo que necesitaba: que los enviados del presidente López Obrador se comprometieran a atajar a los migrantes desde la frontera sur; y aceptar recibir en México a los miles de indocumentados que el vecino nos envíe en carácter de deportados. No se descarta que, ventajoso como es, Donald Trump haya conseguido otros beneficios como obligarnos a comprar, a través del famoso acuerdo, diversos productos agrícolas que producen los agricultores de aquellas tierras.
Parecía gastado el discurso que México pagaría el muro para tapar la entrada de migrantes al territorio de los vecinos del norte. El congreso no se lo aprobó. Sin embargo, en la mencionada negociación consiguió su propósito: México pagará el muro, con la variante que será de humanos. La guardia nacional y otras fuerzas del orden se encargarán de contener a los que pretendan entrar a territorio mexicano.
Ya nos libramos del arancel, al menos por 45 días. No hay que perder de vista que Mr. Trump anda en campaña, y que no tan fácil desechará las estrategias de presión que, por lo pronto, le dieron resultados.
El problema migratorio es un fenómeno que se observa en muchos países del mundo incluso, en aquellos que se ubican entre los más desarrollados. Para resolverlo se requiere de acuerdos políticos y comerciales entre las naciones expulsoras y las receptoras de indocumentados, sin decisiones ventajosas para nadie.
Por lo pronto, ya estamos bajo la lupa del que anhela gobernar por segunda vez a los norteamericanos.
Existen varios aspectos de nuestra cotidianidad que ante el juicio de investigadores extranjeros, evidentemente de países más adelantados, nos colocan en una posición a veces hasta cabizbaja. Dicen que parte de lo que hacemos cae en el terreno del suprarealismo puro, al grado que ya se han apuntado algunos investigadores universitarios para tratar de dilucidar de dónde provienen ciertas costumbres o hábitos que a los ajenos les causa curiosidad, porque pareciera que actuamos más por inercia o imitación, que por convicción propia.
En buscada plática con algunos de ellos, me explicaban que nosotros estamos tan acostumbrados a lo que decimos o hacemos, que no tan solo no nos percatamos del menoscabo que provocamos a nuestro crecimiento como personas. Y lo más contradictorio es que nosotros mismos fomentamos prácticas que nos afectan y que deterioran la marcha de la comunidad como tal. Arrastramos errores y equivocaciones que nos están convirtiendo en poco competitivos frente a otras sociedades de mayor desarrollo.
Me decían, por ejemplo, que para todo tipo de reuniones, sociales o políticas, citamos una hora antes para llegar en punto una hora después. Si bien reconocen que aún no saben a qué se deba esto, argumentan que parte de esas atípicas costumbres pudieran (según ellos), tener origen en ese singular surrealismo que se encuentra en alguna parte de nuestra idiosincrasia.
Otro aspecto de nuestras costumbres que les parece una sinrazón, es el tema de las obras públicas. Dicen que es un contrasentido que se inauguren obras sin que estén listas para ponerlas en funcionamiento, cuando en otros países apenas se concluye una obra y sin esperar mucho, se lleva a cabo la puesta en operación para ser usada o disfrutada, de inmediato, por quienes resulten favorecidos de manera directa.
Por supuesto que en México modificar esa tradición tan arraigada, no sería nada fácil, pero queda para la reflexión.
Sin embargo, las obras terminadas también padecen atrasos en la operación porque, absurdamente, tienen que esperar que el personaje designado para cortar el listón tenga el espacio requerido en su apretada agenda de compromisos. Mis interlocutores consideran que ante el criterio de la gente que no se explica ésta demora, entre más tiempo transcurra menos impacto tiene lo realizado. Es decir, el reconocimiento de la gente se diluye de manera proporcionalmente directa al tiempo que pasa antes de poner en servicio las obras en cuestión.
Ésta práctica, cuando se suma a las molestias que generan las obras en proceso, no abona a la imagen de quienes las realizan, como tampoco se establece ninguna correspondencia electoral, si esa fuera la intención. Ese suprarrealismo del cual hablaban nuestros ocasionales amigos, me hizo recordar lo que con particular asombro me platicaba un escritor recién radicado en uno de los mágicos pueblos de Morelos. Narraba que acudió en busca de algún carpintero del lugar, así no fuera el mejor calificado por que la sencillez del proyecto no lo requería. Cuando por fin encontró uno, le entregó en una hoja de papel el dibujo de una mesa y una silla pero en perspectiva, para que el trabajador de la madera tuviera una idea objetiva de lo que tenía que hacer.
Cuando el personaje en cuestión fue a recoger el producto terminado (la mesa y la silla), no cupo en su asombro al ver una mesa con las patas traseras más cortas que las delanteras, la tabla superior más ancha del frente y más angosta en la parte posterior, y una silla en la que nadie podía sentarse por su chueca figura. Cuando el escritor preguntó por la irregularidad del mueble, el carpintero, seguro de lo que se le había ordenado, le mostró el dibujo en el papel que el propio escritor días antes le había entregado. Nuestro amigo cedió en su intento de explicarle al cumplido hombre qué era un dibujo en perspectiva. Sin discutir más se llevó ambas piezas para conservarlas como muestra de nuestra perspectiva social.
Otro tema que tocaron es la adoración que profesamos a la muerte. Dijeron que no es otra cosa que el reflejo de nuestro miedo a morir, por eso la personificamos, la festejamos y nos divertimos con ella. “Le temen, pero poco hacen para preservar la vida”.
Cuando se refirieron al bloqueo de las calles de cualquier ciudad, expresaron lo siguiente:
“Ustedes ocupan las calles por júbilo, por dolor, por que perdieron, por que ganaron. Asaltan las calles para celebrar, para exigir, para recordar. “El colmo es que ustedes también cierran calles para protestar por la protesta de otros”.
Sin embargo, agregan que nuestro problema no es de inteligencia. A su criterio somos indiscutiblemente inteligentes y creativos. “Lo que no tienen en abundancia es disciplina y puntualidad. Recuerdan que la disciplina y la puntualidad “a los japoneses les sobra”. “Si un japonés va a llegar tarde, avisa con dos días de anticipación”.
Bueno, pues ante tanta indirecta, empecemos por tomar como propia la disciplina hasta convertirla en actitud.
Existen varios aspectos de nuestra cotidianidad que ante el juicio de investigadores extranjeros, evidentemente de países más adelantados, nos colocan en una posición a veces hasta cabizbaja. Dicen que parte de lo que hacemos cae en el terreno del suprarealismo puro, al grado que ya se han apuntado algunos investigadores universitarios para tratar de dilucidar de dónde provienen ciertas costumbres o hábitos que a los ajenos les causa curiosidad, porque pareciera que actuamos más por inercia o imitación, que por convicción propia.
En buscada plática con algunos de ellos, me explicaban que nosotros estamos tan acostumbrados a lo que decimos o hacemos, que no tan solo no nos percatamos del menoscabo que provocamos a nuestro crecimiento como personas. Y lo más contradictorio es que nosotros mismos fomentamos prácticas que nos afectan y que deterioran la marcha de la comunidad como tal. Arrastramos errores y equivocaciones que nos están convirtiendo en poco competitivos frente a otras sociedades de mayor desarrollo.
Me decían, por ejemplo, que para todo tipo de reuniones, sociales o políticas, citamos una hora antes para llegar en punto una hora después. Si bien reconocen que aún no saben a qué se deba esto, argumentan que parte de esas atípicas costumbres pudieran (según ellos), tener origen en ese singular surrealismo que se encuentra en alguna parte de nuestra idiosincrasia.
Otro aspecto de nuestras costumbres que les parece una sinrazón, es el tema de las obras públicas. Dicen que es un contrasentido que se inauguren obras sin que estén listas para ponerlas en funcionamiento, cuando en otros países apenas se concluye una obra y sin esperar mucho, se lleva a cabo la puesta en operación para ser usada o disfrutada, de inmediato, por quienes resulten favorecidos de manera directa.
Por supuesto que en México modificar esa tradición tan arraigada, no sería nada fácil, pero queda para la reflexión.
Sin embargo, las obras terminadas también padecen atrasos en la operación porque, absurdamente, tienen que esperar que el personaje designado para cortar el listón tenga el espacio requerido en su apretada agenda de compromisos. Mis interlocutores consideran que ante el criterio de la gente que no se explica ésta demora, entre más tiempo transcurra menos impacto tiene lo realizado. Es decir, el reconocimiento de la gente se diluye de manera proporcionalmente directa al tiempo que pasa antes de poner en servicio las obras en cuestión.
Ésta práctica, cuando se suma a las molestias que generan las obras en proceso, no abona a la imagen de quienes las realizan, como tampoco se establece ninguna correspondencia electoral, si esa fuera la intención. Ese suprarrealismo del cual hablaban nuestros ocasionales amigos, me hizo recordar lo que con particular asombro me platicaba un escritor recién radicado en uno de los mágicos pueblos de Morelos. Narraba que acudió en busca de algún carpintero del lugar, así no fuera el mejor calificado por que la sencillez del proyecto no lo requería. Cuando por fin encontró uno, le entregó en una hoja de papel el dibujo de una mesa y una silla pero en perspectiva, para que el trabajador de la madera tuviera una idea objetiva de lo que tenía que hacer.
Cuando el personaje en cuestión fue a recoger el producto terminado (la mesa y la silla), no cupo en su asombro al ver una mesa con las patas traseras más cortas que las delanteras, la tabla superior más ancha del frente y más angosta en la parte posterior, y una silla en la que nadie podía sentarse por su chueca figura. Cuando el escritor preguntó por la irregularidad del mueble, el carpintero, seguro de lo que se le había ordenado, le mostró el dibujo en el papel que el propio escritor días antes le había entregado. Nuestro amigo cedió en su intento de explicarle al cumplido hombre qué era un dibujo en perspectiva. Sin discutir más se llevó ambas piezas para conservarlas como muestra de nuestra perspectiva social.
Otro tema que tocaron es la adoración que profesamos a la muerte. Dijeron que no es otra cosa que el reflejo de nuestro miedo a morir, por eso la personificamos, la festejamos y nos divertimos con ella. “Le temen, pero poco hacen para preservar la vida”.
Cuando se refirieron al bloqueo de las calles de cualquier ciudad, expresaron lo siguiente:
“Ustedes ocupan las calles por júbilo, por dolor, por que perdieron, por que ganaron. Asaltan las calles para celebrar, para exigir, para recordar. “El colmo es que ustedes también cierran calles para protestar por la protesta de otros”.
Sin embargo, agregan que nuestro problema no es de inteligencia. A su criterio somos indiscutiblemente inteligentes y creativos. “Lo que no tienen en abundancia es disciplina y puntualidad. Recuerdan que la disciplina y la puntualidad “a los japoneses les sobra”. “Si un japonés va a llegar tarde, avisa con dos días de anticipación”.
Bueno, pues ante tanta indirecta, empecemos por tomar como propia la disciplina hasta convertirla en actitud.
Si bien es cierto que a los robots se les puede programar para realizar tareas que requieran precisión, y para que escojan alternativas de aparente decisión propia; no podrían tomar decisiones que pusieran en riesgo la vida de las personas, si para ello no se les hubiera programado.
Es indudable que los robots pueden ser más eficientes y más precisos que los humanos para llevar a cabo determinadas tareas. Sin embargo, hay muchos aspectos de la vida que solo los humanos pueden realizar, por ejemplo: la creatividad, la empatía y la intuición. Estas habilidades sería imposible que los robots las pudiesen realizar.
Es innegable que en un futuro no muy lejano los robots se vuelvan más avanzados y poderosos; pero siempre estarán sujetos a la supervisión y control humano.
ELON MUSK IMPLANTARÁ CHIPS EN LA CABEZA DE HUMANOS.
Fernando Padilla Farfán confirma la noticia de que la compañía Neuralink del visionario Elon Musk, está fabricando chips para ser implantados en cerebros de humanos después de hacer unas pruebas.
En 2021, la empresa de Musk implantó chips en la cabeza de un mono. Se le hicieron pruebas y mostró habilidades extraordinarias como controlar con la vista un videojuego.
Las siguientes pruebas serán con humanos una vez que obtenga la autorización de la FDA (Food and Drug Administration), ante quien ha iniciado los trámites correspondientes.
El chip, cuyo tamaño es el de una moneda de 25 centavos de dólar, servirá para monitorear la salud de las personas que se realicen el implante.
Entre los beneficios que aportaría a las personas estarían los siguientes: medir la temperatura para saber si habrá fiebre para combatirla antes de que se presente. Detectar una apoplejía ya que existiría una variación en los impulsos cerebrales.
También se han programado los chips para restaurar la visión a las personas que nunca hayan visto en su vida. Gran expectativa está despertando el anuncio. Pronto sabremos de los bondadosos resultados.
La tradición del correo en México data de muchos siglos. En forma primitiva, los mensajes a distancia eran enviados mediante el humo de fogatas o la persecución de los teponaxtles.
Tanto aztecas como mayas, tarascos, mixtecos y zapotecos utilizaron el servicio de “postas”. Eran unos corredores de enormes distancias que portaban noticias o emblemas de acuerdo con el mensaje que debían transmitir. Por ejemplo, si se había perdido alguna batalla, los correos difundían la noticia llevando la melena suelta y enmarañada, y no dirigían la palabra a nadie hasta ver al emperador. Si por el contrario, se trataba de notificar alguna victoria, el correo se ataba el pelo con una cinta roja y se ceñía el cuerpo con un lienzo de algodón.
Llevaba además, un escudo y una espada en las manos y constantemente daba señales de júbilo y de alegría.
Para que las noticias llegaran más rápidamente, en los caminos reales del imperio azteca se levantaban unas torrecillas a unos 10 km. de distancia unas de otras, donde aguardaban mensajeros listos para relevar al mensajero de la noticia.
Así, de posta en posta y por relevos, las noticias viajaban con asombrosa rapidez. Mediante postas, a Moctezuma II le llegaba el pescado fresco en un solo día desde la costa, distante más de 300 km.
Durante la Colonia siguieron usándose los paynanis o corredores ligeros, a la vez de los de a caballo. Comenzaron, no obstante, los asaltos a los correos y abundaron las cédulas reales que ordenaban severas penas para los salteadores.
Felipe II otorgó merced a Martín de Olivares para ejercer de correo mayor en Nueva España desde agosto de 1579. Las primeras oficinas postales se crearon en Veracruz, Puebla, Oaxaca, Querétaro y Guanajuato.
Con el tiempo, aumentó el número de “propios”, pero continuaba el monopolio del correo mayor. Pronto se añadió el servicio de estafetas, o correo especial y diplomático; surgieron oficinas postales en Aguascalientes, Celaya, Irapuato y otras poblaciones; y desapareció el monopolio.
En 1763 llegó el “correo del mar” entre España y las colonias americanas; lo realizaba un bote especial que salía de la Coruña, en la Península Ibérica, y llegaba a la Habana, desde donde se repartía al resto del continente. En México, las oficinas del “correo del mar” estaban en Campeche y Veracruz, y una vez al mes salía la “balandra-correo” para enlazarse en Cuba.
La Guerra de Independencia interrumpió todas las comunicaciones, pero en 1813 se estableció un correo mensual para las provincias. En 1824, el manejo de la “renta de correos” fue concedido a la Secretaría de Hacienda, la cual lo reglamentaba mediante la colonial Ordenanza Real de Correos de 1794, con modificaciones sucesivas hasta que se decretó el sistema de “franqueo previo”.
La primera estampilla postal -que se emitió en agosto de 1856, con la efigie del cura Hidalgo-, tenía valores de medio real hasta ocho reales. Con ella, México ingresó en la era del correo moderno.
Durante el Segundo Imperio, se estableció el Servicio Postal Urbano con buzones a la moda y se adoptó el uso de sobres para cartas. El servicio de correspondencia abarcó impresos y folletos y, posteriormente, giros. La introducción del ferrocarril agilizó el reparto de la correspondencia y paulatinamente puso fin al servicio de postas.
En 1901, Don Porfirio, conocedor de la importancia de las comunicaciones ágiles y eficientes en un territorio tan vasto, encargó a Adamo Boari la construcción de un edificio digno de una tradición antiquísima. Y así, en el último sexenio que alcanzó a presidir Don Porfirio, inauguró el edificio de correos al que nombraron El Palacio Postal. El arquitecto italiano tardó 5 años en levantar tan hermosa construcción de estilo incierto pero bello, que refleja la grandiosidad y el boato porfiriano. En ese tiempo, la eficiencia del correo mexicano era reconocida como excepcional en el extranjero.
El conferencista internacional Helios Herrera, que ha impartido más de 3 mil 500 seminarios y conferencias a más de cinco millones de personas de muchas empresas, la mayoría grandes corporativos, instituciones y gobiernos. Coincide en que vivimos en un país donde el dinero es la causa número uno del estrés según una encuesta realizada por Black Rock, en donde se relaciona al dinero con el éxito. Dice que la pregunta que más se repite en sus seminarios es ¿cómo logro ser exitoso?
Comenta que se tiene la creencia colectiva que ser exitoso es tener fama, dinero y fortuna. En lo personal asegura que eso va más allá: ser exitoso es sentirse pleno y completo con lo que cada quien es y lo que hace.
Expone que, con base en una encuesta realizada por OCC Mundial, en México aproximadamente el 75 por ciento de los mexicanos profesionistas no están satisfechos ni felices con su situación laboral actual, lo que genera un gran sentimiento de frustración y, por ende, una desconexión total de su propósito. Platica que las personas buscan cambiar su realidad, pero la mayoría de las veces no se es consciente de las acciones que le llevaron a tener sus resultados actuales.
Dada su experiencia e investigaciones, enumera a continuación lo que no hacen los exitosos.
1. Nunca ponen excusas. Son permisos que tú mismo te das para no hacer lo que tenías que hacer.
2. Jamás ven al trabajo como obligación rutinaria. Según un estudio de la Universidad de Scranton, en Pennsylvania, el 55 por ciento de las personas abandona sus propósitos antes del 31 de enero.
3. No piensan sólo en su beneficio. Casi ningún exitoso vive obsesionado con hacer más fortuna; No fijan su atención en lo que van a obtener, sino en lo que deben sembrar para cosechar después.
4. Jamás piensan cómo NO hacer algo. Por inercia, con el paso del tiempo sus cerebros automáticamente piensan en cómo es posible lograr las cosas.
5. No toleran a los mediocres ni a la mediocridad. Los exitosos no alcanzan a entender la mediocridad, les incomoda y la repudian. Sin embargo, no están contra las personas sino contra la actitud mediocre.
6. Nunca descuidan los detalles. Cualquiera puede hacer las cosas, pocos pueden hacerlas bien, pero muy pocos las hacen realmente con excelencia.
7. No hacen de un mal rato un mal día. Saben que la vida no es algo que les sucede, ellos crean las circunstancias de su vida, modifican su realidad.
8. No creen en el fracaso. No se estancan en un fracaso, entienden que son situaciones de aprendizaje.
9. NO saben cuánto éxito tienen hasta que alguien se los muestra. Están tan enfocados en hacer lo que aman, que lo que menos les motiva es llegar a determinado ‘nivel’.
10. Nunca dejan de divertirse y aprender. Están llenos de buen humor, disfrutan la vida a plenitud, viven aquí y ahora.
Si quieres tener mejores resultados en tu vida, evita hacer estas diez cosas. Crea tu definición de éxito y trabaja por el. No te enfoques en el tener, las cosas materiales van y vienen. Enfócate en tu ser para que todo lo demás sea una consecuencia.